Entrevista en Página12

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MARTES, 5 DE ENERO DE 2016
LITERATURA › MARIELA GHENADENIK HABLA DE DESDE EL AIRE, PUBLICADA POR DIAZ GREY EDITORES

Una tragicomedia de locura y desamor

La escritora aborda la compleja relación entre dos veinteañeras que son jefa y subordinada en una oficina. “La novela busca desovillar estas neurosis cotidianas que si las mirás desde la distancia te das cuenta de que son un disparate”, explica.



 Por Silvina Friera
Dos veinteañeras intercambian las empecinadas barajas del destino laboral. Malena revela una cara en la oficina como jefa y escamotea el sufrimiento límite, apuntalado por un precario equilibrio emocional y prácticas sexuales extremas, donde la violencia está a la orden de su rostro prostituido en la noche y de su cuerpo que acumula nuevos moretones con viejas cicatrices. Laura, su asistente, es víctima del maltrato, pedidos disparatados y quejas varias de Malena –como si descargara en su empleada la furia de añejos daños irreversibles–, y padece además por haberse enamorado de su amante y ser la segunda, “la que está al costado de las fotos”, como advierte tambaleando por la cuerda floja de la desilusión. “Si la vida no tuviera música de fondo todo sería menos interesante. Habría menos dimensiones despiertas, no habría nada inspirador, una película vacía, sin claroscuros, sin espesor, sin mirada. Sólo datos, uno después del otro. Sin música, no habría nada que recordar. No habría infancia, ni primer beso en la penumbra mientras los grandes duermen”, subraya lúcidamente la narradora en Desde el aire de Mariela Ghenadenik, finalista del concurso internacional de Novela Letra Sur en 2010. El libro fue publicado por Díaz Grey Editores, editorial independiente de Nueva York ubicada en la emblemática librería McNally Jackson, que cuenta con un catálogo bilingüe en ficción y en poesía que se distribuye en Estados Unidos, Canadá, la Argentina y Uruguay.
“Una comedia triste y sorpresiva, por momentos sórdida, ligeramente introspectiva, ensamblada a través de las pequeñas tragedias de personajes que bien podrían ser como nosotros”, define Félix Bruzzone esta novela de Ghenadenik, “de quien alguna vez se dijera que es el secreto mejor guardado de la llamada Nueva Narrativa Argentina”, entrenada en los talleres literarios de Diego Paszkowski y Ariel Schettini, autora de cuentos publicados en diversas antologías como En celo y De puntín. Y también de una novela aún inédita, Una felicidad posible, “sobre un hombre de familia muy apático que lo único que quiere en la vida es que no lo molesten, un Bartleby contemporáneo que armó una familia por mandato y no sabe para qué”, cuenta la escritora en la entrevista con Página/12.

–”Desde el aire, cada vez más lejos de todo, la distancia es lo única capaz de transformar la realidad”, se afirma en una parte de la novela. ¿Por qué eligió este título?

–La cita del acápite es una canción de Bersuit Vergarabat, “Perro amor explota”, que dice que nadie está a salvo de la locura. Tiene que ver con la locura, con ver la realidad de una manera deformada, con esa deformación que por lo menos la encuentro similar con la locura, ese desfasaje con la realidad y comprender las cosas desde la distancia, o verlas raras o distintas, para bien o para mal. Uno de los grandes temas de la novela es la locura y el otro es el desamor. Hay muchas escritoras que no hablan de “chico conoce chica”, pero cuando empecé a contar la novela y a presentarla en algunos lugares, me di cuenta de que esperaban un poco la literatura vinculada con las historias femeninas.

–¿Qué intenta explorar a través de la locura de Malena?

–La locura es un tema atrapante, creo que es el temor de todos los que estamos “de este lado del mostrador”; por momentos parece muy fácil cruzar esa línea, aunque se supone que no es así. Tiene que ver con explorar un terreno que me resulta atrapante por un lado y que también me da miedo... Quizá la falta de entendimiento y lo que uno quiere, llevada al extremo, puede conducir a la locura. La confusión del deseo, de lo que uno quiere... El temor a la locura pasa por no tener más una brújula, un norte.

–Hay cuestiones vinculadas con la educación judía de Malena, el viaje a Nueva York y ciertos ritos que pueden ayudar a comprender un entorno un tanto rígido y agobiante que pudo contribuir en su desequilibrio, ¿no?

–Tuve mis dudas de incluir estos rasgos, pero no es una novela que toque mucho ese tema. Mi hermano Gabriel es psicoanalista y para construir a Malena, un personaje que me resultaba muy complicado, necesitaba que fuera verosímil y no caprichosa, y lo consulté mucho. Leí bastante para poder mostrarla con la verdad del personaje y poder contar mejor su historia. Como soy judía, me resultaba más conocido ilustrar un trasfondo rígido por ese lado que por otra religión que desconozco. Aunque en mi caso fui criada en una familia progre muy alejada de la ortodoxia.

–¿Por qué la novela despliega una mirada muy crítica y amarga sobre el mundo del trabajo en una oficina?

–Tenía ganas de decir... Trabajé varios años en lugares muy alienantes en los que sentía una asfixia absoluta y esto sí tiene que ver con algo muy autobiográfico, porque me sentía haciendo trabajos absurdos, funcionando en una obligatoriedad de ocho o nueve horas diarias cuando a veces no soy productiva las ocho horas que estoy en un lugar. He tenido jefes muy raros que lo único que lograban es que pensara que era todo una locura. A veces no se sabe para qué se hacen las reuniones, para qué se trabaja, no hay un propósito claro, sino que es la cuestión de ver a todo el mundo sentadito creyendo que eso es productivo. Siempre me llamó la atención el microclima que se genera en una oficina, que se toma como normal. Doy talleres de redacción para que la gente se comunique mejor en las empresas. Muchas veces me llaman para resolver problemas de comunicación y de redacción, y me encuentro con situaciones normalizadas que son muy bizarras.

–Y muy absurdas también, ¿no?

–Sí, la novela busca desovillar estas neurosis cotidianas que si las mirás desde la distancia te das cuenta de que son un disparate. Cuando estás escribiendo una novela, mirás todo desde la óptica de la novela que estás escribiendo, entonces trataba de extrañar la mirada y me preguntaba qué pasaría si toda esta “normalidad” se rompiera y dejara de ser “normal”. Lo tragicómico tiene que ver un poco con mi estilo.

–¿Qué le interesa de lo tragicómico?

–Me parece que es una buena mezcla. La comedia bien hecha me encanta, no me creo capaz de escribir comedia. Ojalá pudiera escribir como Groucho Marx. Me gusta mucho lo absurdo porque es lo que más me hace reír. Y lo absurdo se toca con ambas puntas: la tragedia es absurda y la comedia absurda es lo que más me gusta. Hacer reír a un lector a risotadas me parece fantástico. La tragicomedia es un modo de darle un respiro al lector. No me gusta maltratar al lector ni a los personajes. Una vez un amigo me dijo que yo soy piadosa con los personajes. Y eso es verdad. El humor en la literatura y en la vida es siempre una salida.